El diestro malagueño volvía tras veintidós meses de ausencia en un festejo nocturno en la plaza de toros de Fuengirola. Enrique Ponce cortó dos orejas y Emilio de Justo una en un festejo celebrado con el cincuenta por ciento del aforo.

Tras veintidós meses en el dique seco y seis operaciones, la reaparición de Fortes bien merecía una gran ovación como la que le tributaban los aficionados que ocupaban el 50 por ciento de las localidades de la plaza de toros de Fuengirola, las que permitía este jueves la normativa vigente hasta entonces.

En el que puede ser el último festejo con público de la presente campaña, por las nuevas medidas más restrictivas que ya han acarreado la suspensión de la Goyesca de Ronda, el público se esforzaba con cumplir con todas las exigencias de un modo ejemplar, huyendo de la imagen que se ha proyectado de festejos previos en Andalucía, y que tanto daño han hecho a una fiesta con tantos detractores como es la de los toros.

En la II Corrida Extraordinaria Nocturna programada por la empresa Tauroemoción en la plaza de toros costasoleña había ganas de volver a ver  la mejor dimensión del torero malagueño, esa que truncara a finales de septiembre de 2018 un toro en Madrid. Tras una larga puesta a punto, dilatada por la pandemia de Covid.19, por fin llegaba el día tan anhelado, y hacía el paseíllo con un vestido de estreno en azul marino y oro.

Para dar un sabor malagueño añadido al festejo, en los corrales aguardaba una corrida con el hierro antequerano de Manuel Blázquez, que ofreció dificultades. Desde luego, no destacó entre los mejores el tercero de la noche, el primero de Saúl Jiménez Fortes, que ya se mostró bruto de salida, topando más que embistiendo al capote. Tras brindar al público, mirar al cielo y santiguarse, el espada se mostró firme en el inicio de faena, llevándolo por bajo hasta los medios y consintiéndolo. Ahí se cantó que no era un toro sencillo, con un último derrote violento que hacía que le tocara el engaño. Quiso torearlo como bueno cuando no lo era, y eso hizo que no se pudiera sentir cómodo en ningún instante, sobre todo porque era mirón y nunca mostró buenas intenciones.

Después de haber recibido un cariñoso brindis de cada uno de sus compañeros de cartel, en el sexto estaban depositadas todas las esperanzas para que el regreso tuviera el dulzor ansiado tras tan larga espera. En los primeros tercios, no parecía que el oponente fuera el edulcorante preciso. Siempre suelto, a su aire fue sembrando el desconcierto fundamentalmente por el pitón derecho. Meritorio fue el segundo par de banderillas de José Antonio Carretero, que además se estrenaba también como apoderado del torero. Era una papeleta, de jugársela delante de dos astifinos pitones. Pero en esas circunstancias hay que demostrar que se quiere ser torero, y Fortes lo tiene más que demostrado. Tuvo más raza el torero que el toro, que terminó rajado y defendiéndose con mucho peligro. Fue la constatación de que las cosas, cuando no pueden ser, no pueden ser. Fortes se estrelló con un lote imposible en su esperada reaparición en los ruedos.

También hubo un par de astados notables en la corrida. Entre ellos destacaba el que habría plaza, que ya se desplazó con calidad al capote que le mostraba Enrique Ponce y que proseguía esa línea con la franela. En su haber destacaba su nobleza, pero por el contrario acusaba falta de fuerzas. Ningún problema para que el valenciano lo ligara a media altura por el pitón derecho. También hubo pasajes con gusto al natural, por donde le costaba más coger el engaño. Era el toro idóneo para que un torero como él le sacara partido, sin obligarle, de uno en uno en los compases finales. Sin apreturas ni euforias. Paseó el primer trofeo del festejo.

Otro premio obtuvo del cuarto, un astado que llegaba muy parado a la muleta y ante el que no vimos la mejor dimensión de Ponce. Inseguro de inicio, no parecía ese gran maestro que acostumbra a ver toro en todas partes. Quiso tirar de pundonor, que eso no le falta a pesar de estar ya de vuelta de todo, con una brusquedad impropia de un diestro que nos hace ver que se encuentra ante un barrabás. Sinceramente, no sabemos cómo era el burel de Blázquez, porque nunca hizo el ademán de someterlo. Otra estocada certera le valió el triunfo y una virtual salida a hombros, que no se produciría como medida de prevención por el coronavirus.

Esa misma falta de fuerza a la que antes nos referíamos hacía que el tercero, primero de Emilio de Justo, volviera a los corrales y saliera un sobrero del mismo hierro ante el que el espada extremeño brillaba templado con el capote de recibo y un galleo por chicuelinas, en ambos casos rematado por dos excelentes medias verónicas marcando todos los tiempos. El toro rompía para bueno con la muleta, tomándola con firmeza y propiciando que la faena fuera a más. Firme y estético el torero, su labor concluía con derechazos prescindiendo de la ayuda y un pase de pecho de categoría. Faltó la rúbrica de la espada para tocar pelo.

Salió al quinto con ansias de dar más, y así lo mostraba con otro ajustado quite por chicuelinas. El toro tenía peligro y poca clase, y pese a todo quiso consentirle llevándolo muy tapado y toreado. Con estas, en cuanto no veía engaño echaba la cara arriba con mucha violencia. No se amedrentó De Justo, quien cual excelente lidiador logró someterlo por momentos en un esfuerzo sincero rematado con una estocada cargada de verdad que inclinó la balanza hasta la concesión de una oreja.