El matador de toros Fernando Rey ofrecía una clase magistral a puerta cerrada en el primer festejo celebrado en una plaza de primera categoría desde que se decretara el estado de alarma.
La Malagueta no es una plaza de toros en la que, habitualmente, se puedan disfrutar los silencios. La afición malagueña suele ser bulliciosa, ruidosa. Destaca, sin duda, el clamor por encima de todas las cosas. Eso no es ni mejor ni peor, es simplemente la idiosincrasia propia de la gente del toro en nuestra provincia.
Este sábado, sin embargo, se pudo paladear el silencio. No como parte de rito, sino como elemento indispensable para poder desarrollar una corrida de toros en pleno estado de alarma por la pandemia del Covid-19. La Escuela Taurina de la Diputación de Málaga echó ‘la pata palante’, como se dice en el argot, y programaba el primer festejo en una plaza de primera categoría desde que se decretara el confinamiento.
La premisa pasaba por que no hubiera público en los tendidos, que solo podrían regresar, y en unas condiciones muy determinadas (una persona cada nueve metros cuadrados) a partir de la Fase 3. El sábado, aún en Fase 1 en nuestra capital, solo el personal de plaza indispensable, los encargados de transmitir por televisión el festejo, la presidencia y autoridades y los toreros actuantes pudieron acceder al interior del recinto. Entre todos, no se sobrepasaba la treintena de personas, guardando sus respectivas distancias de seguridad.
El ambiente era raro. Podría parecer que se trataba de una faena campera, pero ver la majestuosidad de la recién restaurada Malagueta hacía darse cuenta de que, por mucha piedra desnuda que se viera, nos encontrábamos ante un escenario importante. Así lo entendieron también los diestros, tanto el matador de Torremolinos Fernando Rey, que ofrecía una clase magistral, como los tres alumnos que se enfrentarían a reses de la ganadería de Casa de los Toreros.
Especialmente emotivo fue cuando, tras concluir el paseíllo, se imponía el silencio sobre el silencio en un respetuoso minuto en homenaje a todas las víctimas que ha dejado esta pandemia, entre los que se han encontrado también reconocidos aficionados y profesionales taurinos.
Julio Alguiar y Manuel Martínez, dos de los alumnos de la Escuela de Málaga a los que se daba la oportunidad de actuar en esta singular e histórica clase práctica, siguieron las indicaciones que les iba dando el que, hace no demasiados años, también aprendía los secretos del toreo de manos del maestro Fernando Cámara, siempre atento a sus discípulos. El tercer aspirante, Cayetano López, vivió los sinsabores de esta profesión al ser arrollado aparatosamente por el segundo astado del encierro, teniendo que ser atendido de un politraumatismo craneal y cervical, afortunadamente sin grandes complicaciones, pero que le impidió continuar la lidia.
El diestro Fernando Rey, tras una prometedora carrera novilleril, se mostró modesto ante los chavales y responsabilizado ante el astado que le correspondió estoquear. “He estado muchas veces entrenando con la plaza vacía, pero el silencio de hoy impone”, reconocía. Para él, que vive la dureza del paso al escalafón superior, también era una oportunidad para, ahora que esta pandemia ha supuesto un regreso a la línea de partida para todos, tomar posiciones para alcanzar el sitio de honor por el que sueña todo aquel que quiere ser figura del toreo. Entre el silencio más absoluto, un grito alto y caro podría tener efecto altavoz…