Vuelven los toros a Málaga compartiendo cartel mano a mano con la pandemia, lamentable y complicado regreso que trata de quebrar lutos cambiándolos por vestidos de cristianar.

Diputación al frente, hermanitas de los pobres y fundación Pimpi apuntalando y empresa nueva organizando: tres carteles sobre buen papel y una figura torera conmemorativa: Pepe Luis Vázquez Garcés.

Se cumplen cien años desde su nacimiento: gran torero, sí, de Sevilla, sí, de madre malagueña, sí, pero, sobre todo, sencillez sobria con mando en plaza. Ya quedan pocos que lo vieran torear, hasta 1952 y fugaz reaparición en 1959. Pero quedamos muchos que hemos hecho de su naturalidad estandarte y de sus circunstancias, mito.

Daba igual que vistiera de luces porque siempre iba de calle, fue un tormento para revisteros porque los adjetivos no le encajaban, siempre plantaba los pies porque de la arena brotaban.

Su gran mérito fue la traducción de la “téchnē” griega al “ars” latino, haciéndonos comprender que se trataba de sinónimos.

Todo ello desde la perspectiva de hombre, tan impotente como semidiós según las veces.

Cien años después, es oportuno que su centenario presida la vuelta de los toros a la tierra de su madre, en una ocasión que se pretende nacimiento y no velatorio.

Arte y técnica, no olvidemos la sinonimia, son universales: ningún patrimonio se adjudique su exclusividad y la figura de este andaluz que pertenece al mundo, cien años después, nos describe que un ángel, con americana y corbata, lleva su valor bordado en un chalequillo de oro y lo lía en un cartucho de pescao.

 

          • Juan Ortega es crítico taurino, profesor titular del Departamento de Filología Griega, Estudios Árabes, Lingüística General, y Documentación y Filología Latina, y director de la Cátedra Abdulaziz Saud Al-Babtayn de Estudios Árabes de la Universidad de Málaga