Los de mi generación conocimos al maestro por su monumento. Por lo menos, este fue uno de los primeros contactos con él. Pasabas por el paseo de Reding y te llamaba la atención aquella figura esbelta que se imponía en su desplante torero.

Comenzaba a crecer tu interés por profundizar en aquello que amas a través de su historia, y allí aparecía él. Más tarde, los viejos aficionados, aquellos que sí tuvieron la fortuna de ver en activo al maestro de Ronda, te contaron —con respeto y admiración— quien fue Antonio Ordóñez.

Su genial capote. Aquellas verónicas que pocos en la historia alcanzarán. Su torería y gallardía. El maestro era torero hasta para montar en un vespino, como en aquella mítica foto en la Malagueta. Su poderosa y clásica muleta. Los naturales largos y profundos como el Tajo de Ronda. Un torero con mayúsculas. Compendio de valor y arte. Y comprendiste que Ordóñez fue y es —o así debería ser— el estandarte del toreo malagueño.

Hoy recuerdas aquel monumento que fue condenado al olvido. Forma parte de tu memoria. Recuerdas también como tras un tiempo de espera, sin saber lo que pasaría con él, saltó la noticia de que tendríamos un nuevo y mejor monumento. Así lo reflejaba el magnífico boceto de José María Ruiz Montes. Pero parece que los vientos se lo llevaron como cuando los ecos del pasodoble Agüero iban hasta la eternidad con el toreo de Antonio Ordóñez.

Boceto de la escultura de Antonio Ordóñez proyectada por Ruiz Montes.

Hace 23 años que se marchó el maestro. Este año también conmemorábamos el 70 aniversario de su alternativa y, por ende, dentro de poco tendremos la dicha de conmemorar los 75 años de esta efeméride. No sería mala idea de que, para esa fecha, el monumental torero de Ronda volviese a ocupar el lugar que merece junto a su Malagueta.