Bernardo Martín González nació en El Burgo (Málaga) el 9 de mayo de 1937. Sus primeros años de vida, en plena guerra civil y posguerra, coincidió con uno de los periodos más duros de la historia contemporánea de España. Su juego favorito de muy niño era torear. Formó su cuadrilla de banderilleros y picadores con amigos de su misma calle (la Callejuela) con siete años. Día tras día disfrutaba con esas infantiles “corridas de toros”.

TEXTO: Salvador Valverde y Verónica Martín

FOTOS: Archivo personal de Bernardo Martín

Un día, cuando tenía diez años, vio una vaca, entre otras muchas, que escarbaba y miraba “con gana de pelea”. Le dijo a su amigo Rafael Pozo, que lo acompañaba en el cortijo de Píldora: “Rafael, esta es la mía”. Pero en cuanto miró para enseñarle el animal, se lo encontró en lo alto de una encina. Le comentó: “Pero hombre, ¿qué haces ahí? Si me coge la vaca, ¿quién me la quita?”. Se fue en busca de la vaca con una muletilla que había hecho con una lona colorada. Le hizo cuatro o cinco muletazos a su manera, pero en uno de ellos, por alto, tropezó con una piedra. La vaca aprovechó ese momento para voltearlo dos veces. Su amigo Rafaelito, aunque tenía más miedo que Pinocho en un incendio, se tiró y agarró a la vaca por los cuernos. Bernardo salió airoso pero con la camisa como la de un trapo de un afilador. No impidió que fuera el día más feliz de su vida. Desde ese momento, no pensó en otra cosa que en ser torero. No se cambiaba ni por su ídolo Manolete, que precisamente murió en ese mismo año, 1947, más exactamente el 29 de agosto, coincidiendo con la feria de El Burgo. Bernardo, con mucho llanto, no estaba para fiestas ese día.

Fue pasando el tiempo ayudando a su padre en las faenas del campo. Como se dio cuenta de que eso no era lo suyo, dijo a sus padres que se iba a trabajar a Bilbao. Le dijeron que no, porque nunca había salido del pueblo y por su juventud. Bernardo logró su propósito a base de insistencia y por una carta de recomendación dirigida al delegado de trabajo de Bilbao. Cuando se presentó con ropa de niño de pueblo ante aquel hombre tan bien trajeado, pensó: “Dios mío, en qué lío me he metido”. El delegado le preguntó: “Bueno, ¿en qué quieres trabajar? ¿En una fábrica? ¿En un taller para aprender un oficio?”. Bernardo contestó: “Señor, yo lo que quisiera es que usted me recomendara a un ganadero para aprender a torear”. El delegado, sorprendido, le respondió: “Pero hombre, si yo de toros no sé nada. Lo mío es de trabajo, pero voy a ver si lo tuyo puede ser, aunque en tu tierra haya más ambiente taurino”. Bernardo le comentó que hacer las dos cosas, torear y trabajar, ganaría para poder comprarse sus “habíos” de toreo. El delegado, que le hizo gracia, dijo que lo iba a intentar. Ahí quedó el asunto sin que Bernardo recibiera alguna propuesta al respecto.

Bernardo trabajó de pintor, aunque ni tenía experiencia ni le gustaba. Decidió ser espontáneo a los quince días de estar en Bilbao, demostrando sus buenas cualidades. Al igual que Pepe Sevilla, otro chaval que quería ser torero, Bernardo empezó a ser conocido entre la gente relacionada con el mundo del toro, entre la que estaba la familia taurina Chacarte. El sevillano y él fueron muy amigos; se iban de capeas a tentaderos de Salamanca y no tardaron mucho en torear en pueblos de Bilbao. Los aficionados los conocían cada vez más. Exitosa fue la corrida en Santoña, en la que estuvo Bernardo junto a Julio Espadas y Rafaelillo Chacarte.

Pasaban mucha hambre porque no tenían dinero en la mitad de los días, pero seguían toreando en las ganaderías a escondidas de los mayorales o de muletillas. Por entonces, no había escuelas taurinas, como hoy día, donde los muchachos pueden practicar con vacas buenas. Antes, había que luchar mucho para poder llegar a torear vestido de luces.

Bernardo pudo dar varios muletazos a un toro cuando se tiró de espontáneo en una corrida al año siguiente. No pudo salir por la puerta grande porque lo llevaron a la cárcel. Persiguiendo su sueño, siguió cogiendo oficio toreando novilladas, como las exitosas en la Plaza de Toros de Santander en 1958. El cronista Aliatar escribió lo siguiente respecto a uno de los festejos:

“Confirmó su clase y facultades este chico de su tarde anterior. Su primero era uno de los difíciles o por lo menos de los no fáciles. Rondeño lo toreó a la verónica con brazos bajos y con sentido clásico (…) Bernardo lo toreó muy quieto y aseadísimo por naturales, llegando con los de pecho. Luego intercaló los adornos de las manoletinas, para volver a una tanda sobre la derecha y cerrar con más sobre el flanco zurdo. Oyó la música. Recetó una estocada al encuentro o a un tiempo que hizo pupa y el toro dobló. Gran ovación, vuelta al ruedo y una oreja. En el cuarto volvió a acreditarse la categoría de este chico. Volvió a ser muy ovacionado con el capote en lances a la verónica. Con el trapo rojo también volvió a refrendar su clase indudable de buen muletero, mandando suavemente con la izquierda. Volvió a oír música y ovaciones. Tres pinchazos entrando bien, pero sin encontrar el sitio y una estocada buena seguida de cuatro intentos de descabello. Vuelta al ruedo”.

El 28 del mes siguiente, toreó en su pueblo, El Burgo, ante la gran expectación de sus vecinos, junto a Curro Montenegro y Baldomero Martín Terremoto.

Hizo amistad con los Bienvenida, principalmente con Papa Negro, todo un sabio en la materia. Le enseñó cosas importantes que años más tarde enseñaría a su hijo Pepe Luis. Él quería que su hijo Ángel Luis Bienvenida, apoderado de Antonio Ordóñez, apoderara también a Bernardo cuando acabase el servicio militar. Su sueño eterno se estaba haciendo realidad hasta que llegó la desgracia.

En la “mili” le pusieron una vacuna que estaba en mal estado. Le produjo sordera total y una ceguera que duró varios meses. El infortunio acabó con su carrera taurina. Regresó a El Burgo anímicamente hecho polvo. Se rehízo. Estudió avicultura y montó una granja. Su vida fue más llevadera. La salvación, según confiesa, fue la taxidermia, oficio del que pudo vivir bien. Se casó con Pilar González Cantero, el amor de su vida; fruto de ello tuvieron a sus hijos Verónica y Pepe Luis.

Bernardo recuperó la ilusión taurina, que perdió por la maldita vacuna, con su hijo Pepe Luis. Heredó su voluntad. Con cinco años toreaba con tal arte, que se dijo: “Este vale para ser torero, y de los grandes”. Le hizo una muletilla y empezó a darle clases. Toreaba de salón excepcionalmente y era muy listo. Cuando cumplió nueve años lo llevó a una fiesta taurina en la plaza de Juan Jiménez en San Pedro de Alcántara. Toreaba en ese día varios matadores. El niño se escapó del burladero en un descuido y cogió una muleta. Empezó a torear ante el asombro de todos los presentes. Bernardo, desde  ese momento y gracias a Pepe Luis Román que le busca muchos tentaderos, llevó a su hijo a ganaderías de toda Andalucía y Portugal.

Su hijo estaba preparado para torear novilladas sin picadores con trece años. Bernardo habló un día con Antonio Ordóñez para que lo metiera en una corrida que él organizaba con promesas de diferentes escuelas taurinas. El matador rondeño aceptó bajo la responsabilidad de Bernardo. Pepe Luis Martín reventó la plaza ese día; triunfó con dos orejas.

Se organizó otra en Jerez poco después. Pepe Luis consiguió los cuatro galardones que se otorgaba. Se hizo figura como novillero, con Pepe Luis Román de apoderado, desde ese día. Tomó la alternativa en una memorable y recordada corrida en Málaga de mano de Curro Romero y Rafael de Paula el 15 de agosto de 1989, que sigue recordándose hoy día. En su confirmación, de mano de José Antonio Campuzano y con Emilio Oliva de testigo, triunfó con un toro de 620 Kg de Dolores Aguirre.

Pepe Luis Martín, con orgullo de sus padres, tuvo grandes éxitos en plazas de primera aun con cornadas a destiempo. En América toreó bastante con gran cartel, siendo Venezuela su país talismán. Aunque no anunció su retirada, dejó el toreo profesional poco tiempo después de la cornada grave que tuvo en Bilbao en 1996 (donde tenía una peña, al igual que en Ronda). Después, entre otros méritos, ha sido asesor de la Plaza de Toros de La Malagueta. Es miembro de la Cuadrilla del Arte de Málaga que lo integran profesionales y grandes entendidos del mundo taurino, como su amigo Manuel Fernández Maldonado. Es homenajeado en diferentes peñas taurinas e incluso ha escrito el epílogo de la biografía taurina dedicada a Rafael Gómez Brayley.

Bernardo Martín González, TORERO con letras de oro, vio reflejado su sueño en su hijo Pepe Luis Martín. Los aficionados te lo agradecen y te quieren.