Triunfal reaparición del diestro malagueño en Estepona, donde cortó cuatro orejas y un rabo en la primera corrida con público desde el inicio de la pandemia. Cayetano también sumó dos trofeos

Volvieron los toros a la provincia de Málaga y volvió el torero malagueño Salvador Vega. Dos grandes acontecimientos que se daban cita en la noche de este sábado en la plaza de Estepona. Con un escrupuloso control por parte de la organización, y el respeto total de las medidas sanitarias por parte del público, se celebraba la primera corrida de toros con público desde el inicio de la pandemia de Covid-19.

Especialmente emotivo era el minuto de silencio que se guardaba tras el paseíllo por las víctimas del Coronavirus, y que era roto con una atronadora ovación dedicada al diestro de Manilva, que volvía a enfundarse un vestido sangre de toro y oro después cinco años de inactividad. Cubriéndose casi la totalidad del aforo disponible, sus partidarios de siempre se daban cita para ratificar que vuelve como se fue, con poso de torero caro.

Esas casi tres mil almas revivieron la clase y el temple de Salvador Vega, que regresa por puro amor a su profesión, sin mayores pretensiones que la de sentirse torero. Vega vuelve a disfrutar y a hacer disfrutar. Así quedaba patente en un recibo capotero a la verónica con manos muy desmayadas y rematado con una gran media. El quite por navarras ratificó que quien tuvo retuvo con el percal. El primero de la ganadería de Luis Algarra era un burel con calidad por noble, y con la muleta propició que se pudiera paladear una faena de peso de un torero maduro pero con mucho que decir. Ya tuvo enorme gusto el inicio muy erguido, y sin obligarle nunca para que no acusara su falta de fuerza continuó un trasteo estético fundamentalmente por el pitón derecho. La estocada certera le ratificó el triunfo con dos orejas en el esportón.

Pero había más. El segundo de su lote no le permitió lucir tanto con el capote, pese a dejar destellos como otra media verónica de categoría. Tras darse el animal un costalazo durante un quite que hizo temer que pudiera acusarlo con posterioridad, el toro sacó su fondo de calidad en una faena que, por muchos condicionantes, haría realidad un sueño del torero. Se lo brindó a sus hijos, que podrán estar más que orgullosos de la gesta de su papá. Sin estridencias, en una sinfonía de pureza a los acordes de la Concha Flamenca, Salvador Vega destapó la magia del temple en una faena con pases de pecho sublimes y una trincherilla eterna. Entre la locura colectiva, una voz gritó: ¡Viva el toreo!, y los tendidos respondieron al unísono mientras el diestro se perfilaba para entrar a matar y, tras enterrar el acero en el morrillo, paseaba las dos orejas y el rabo acompañado de sus pequeños. No se puede pedir más a una reaparición.

Pero no toda la corrida de Algarra tenía la misma calidad del lote de Vega. Se encontraba en primer lugar Cayetano Rivera Ordóñez a un toro descastado, ciertamente molesto. No se acopló con él en ningún momento, vaciando las embestidas hacia fuera. Sin asentarse con su oponente, no pasó de voluntarioso, aunque a un toreo con su bagaje y trayectoria ya hay que pedirle más. Destacó por su personalidad el final con ayudados por alto antes de un pinchazo y estocada tras lo que resultó ovacionado.

Más disposición mostraba en el quinto de la tarde, un toro protestado por su falta de fuerza y con el que realizaba un emotivo brindis a Vega. Era su noche, pero entre los toreros no hay concesiones. Sin dilaciones, se dobló con una rodilla en tierra en el inicio de una faena en la que mostró las virtudes del toro, dejándoselo venir de lejos para realizar un trasteo enrazado que gozó del beneplácito del respetable. Siempre a más, realizó una labor variada y llena de pundonor. Por fin pudo mostrar sus capacidades en una actuación rematada con una gran estocada y premiada con las dos orejas.

Otro garbanzo negro de la corrida fue el primero del lote de Pablo Aguado, que había arrastrado a bastante afición desde Sevilla. Rajado de salida, pronto dejó claro que no lo iba a poner sencillo. No obstante, el hispalense plantaba la muleta con firmeza para tragarle las embestidas descompuestas. Cada vez más descompuesto en sus embestidas, terminó por negarse a tomar el engaño y no hubo más opción que doblarse con él y tomar la espada.

Solo le quedaba una oportunidad, y el sexto al menos le permitía estirarse a la verónica en el recibo capotero. El de Algarra no estaba definido, y todo era una incógnita cuando Aguado tomaba la franela. Lamentablemente, pronto determinó que era otro manso, y que no iba a darle la más mínima opción. Defendiéndose con la cara arriba, la frustración se hacía patente al no poder acompañar en la gloria a sus compañeros de terna, quienes no obstante no salieron a hombros como media preventiva para evitar posibles contagios.