Los aficionados malagueños tuvieron ocasión de disfrutar del arte de Cúchares en los festejos del Corpus de 1856. No me refiero a cualquier corrida de toros, sino que el mismo matador que tiene el honor de usarse su apodo para referirse al toreo, fue contratado para dos festejos que presumían ser históricos. Sin duda, Francisco Arjona Herrera era el maestro del momento, sobre todo desde que murieran Paquiro y El Chiclanero, sus grandes rivales mientras estaban activos.

Las corridas, de ocho toros cada una, se fijaron para el 18 y 22 de mayo de 1856 en la antigua Plaza de Toros de Álvarez. Cúchares estaría mano a mano con el espada sevillano Juan Lucas Blanco. El ganado contratado era de Ramón Romero Balmaseda, de Sevilla, para la primera cita, y de la viuda de Cabrera, de Utrera, para la segunda. Los banderilleros eran Matías Muñiz, Manuel Ortega Illo, Manuel Bustamante Pulga, Juan José Jiménez, Juan Yu, Juan Antonio El cuco y Juan José Vargas. Los picadores anunciados eran Joaquín Coito Charpa, Manuel Martín Castañita, José Calderón, Tomás Sanquino “y uno de reserva” (El Avisador Malagueño, 16/05/1856). Se advirtió que “en el desgraciado caso de inutilizarse los picadores anunciados, no podrá exigirse de la empresa presente otros”. Estos eran los precios de las entradas: 160 reales los palcos dobles, 100 reales los palcos sencillos, 20 reales la ocupación con silla, 12 reales en valla, 3 reales en las gradillas de plaza alta, 10 reales la entrada general a la sombra y 6 reales las de Sol.

Retrato de Cúchares por Juan Laurent

El Avisador Malagueño publicó, el día antes de la primera corrida, que todos los entendidos estuvieron de acuerdo con la “estampa y bravura” de los toros cuando los vieron.  La siguiente reflexión es curiosa:

“A nosotros, aunque poco entendedores, se nos figura que los toros son como los melones, por ejemplo, que hasta que se calan y prueban no se puede saber lo que han de dar de sí. Por supuesto que nosotros no queremos calar ni probar los toros más que en estofado”.

El encierro del ganado se produjo a altas horas de la noche del día anterior, por lo que “… más de un aficionado se privó de las dulzuras del sueño por ver este acto, que no deja de ofrecer siempre novedad” (El Avisador Malagueño, 18/05/1856).

Las puertas de la plaza de toros se abrieron a las 14 h, dos horas antes de que empezara el paseíllo. La expectación tuvo su prueba con el aspecto que presentaba las gradas de la plaza, “… no se cabía en ella. No había una localidad desocupada y en los inmensos tendidos se apiñaba una multitud alegre y bulliciosa, y tan compacta como en pocas ocasiones hemos visto” (El Avisador Malagueño, 22/05/1856). Calcularon que asistieron alrededor de 10.000 espectadores, unos 1.000 más de la capacidad total de la actual Plaza de Toros La Malagueta. Asistieron las más importantes autoridades de la ciudad, incluido el gobernador, Domingo Velo y López, que fue el encargado de presidir el festejo.

El primer cornúpeto, Arriero, “negro bragao”, fue picado en varias ocasiones. Acabó con la vida de  tres o cuatro caballos, según la crónica. Arriero pudo ocasionar una desgracia porque intentó saltar la barrera cuando el callejón estaba abarrotado, como diría el Dúo Sacapuntas. “Dicho sea de paso para la siguiente corrida, si se verifica, es menester evitar que haya entre barreras gente aglomerada, pues solo deben estar allí los toreros y los mozos que sirvan la plaza”. Aplaudidos fueron los banderilleros, que pusieron a Arriero tres pares y medio de banderillas, “un par se la clavaron á media vuelta, los dos y medio á topa carnero”. Según la crónica, este toro, que le tocó a Cúchares, fue el mejor de la corrida. “… después de dos ó tres pares le dio una buena á volapié, descabellándolo luego…”.

Los otros toros aceptables fueron el quito y el octavo. La crónica muestra queja en los demás por las pocas fuerzas que tenían. Algunos parecían novillos, y de eso se daban cuenta hasta los menos entendidos. “… no eran toros para una corrida formal dada en una plaza como la de Málaga y á los altos precios fijados á las localidades y á las entradas”. El estado de los caballos no ayudaba mucho al espectáculo. Estos, que parecían escogidos porque no daban mucho más de sí para cualquier otro servicio, estaban heridos y sin fuerzas “… que apenas podían moverse se les hacía andar á varazos con el picador encima para picar con ellos”.

Ante tal panorama, agravado por la incomodidad de muchos asistentes porque se habían vendido más localidades de lo que contaba el aforo, no se hicieron esperar los altercados por muchos de los presentes disgustados. Por entonces, no se cortaban mucho en las quejas; en el transcurso de la faena del cuarto toro empezaron a tirar ladrillos “… y otros objetos” desde las gradas Sol. Con el quinto toro, aunque era de condiciones decente, también se repitió la escena aunque con menos intensidad. Se intensificó considerablemente con el sexto. Aún quedaban dos.

En el séptimo, “… ya la cosa se puso seria”, -como si no se pusiera antes si uno de los ladrillos hubiera impactado en la cabeza de alguien-. Numeroso gentío empezaron a “demoler” las gradas, ya no únicamente con ladrillos que tiraban al ruedo, sino también tablas y sillas. Sin duda, Cúchares pensaría que más peligro tenían los asistentes de la corrida que muchos toros a los que se había enfrentado en su carrera -se dice que nunca recibió una cornada-. En esos momentos, de lo que menos prestaban atención los diestros y componentes de las cuadrillas era del toro, que aprovechó la confusión para abandonar la plaza -no sabemos cómo- hasta llegar al arrastradero. Como en esos momentos había mucha gente asustada que se iba corriendo de la plaza, entre “… caídas y atropellamientos” había quienes gritaban “¡Que viene el toro!” para agravar lo que estaba acaeciendo, incluso fuera de la plaza en la calle de los Baños. “Y no sabemos cómo no ocurrieron á la salida infinitas desgracias…”. Pero el remate fue que algunos, como si de un “júa” se tratara en la noche de San Juan, empezaron a quemar las tablas previamente arrancadas.

Ni el último toro, que fue algo mejor, calmó los ánimos. Este también quiso participar en el jaleo, porque, a diferencia del primero, consiguió saltar al callejón, desde donde le dieron muerte con la puntilla. Esto lo presenció poca gente porque la mayoría había salido de la plaza. El estado etílico de muchos era otro de los posibles motivos por lo que los ánimos estuvieron alterados; parece ser que en el tendido Sol, lugar donde se produjo más incidentes, “vendían aguardiente y licores”. No ocurrió ninguna desgracia personal por raro que parezca, solo contusiones leves. La crónica alaba la actuación de los agentes de seguridad, pues “… su constante presencia y actitud se debió que aquel mal no hubiese tomado mayores proporciones”.  Detuvieron a dos o tres asistentes. Rafael María Ramuel, juez del distrito de la Merced, que formó la causa por lo ocurrido, ordenó la detención de dos personas más.

Antigua Plaza de Álvarez

Lamentablemente, esta corrida no pasó a la historia por el arte de Cúchares, sino por lo accidentada que fue. Aún no acabó el disgusto; los malagueños no pudieron comprobar su toreo cuatro días después porque el gobernador suspendió la corrida por estos altercados. Tampoco sabemos si la plaza iba a estar habilitada, a cuatro días del festejo, teniendo en cuenta la relación de daños que publicó El Avisador Malagueño:

“Parece que la mitad y acaso más de los asientos de gradas de sombra han sido destruidos, y de la pradería de sol han sido arrancadas muchas tablas. Todas las sillas delanteras de balcón, y algunas de los palcos están en la plaza hechas astillas. La misma suerte han corrido los bancos que había en la galería alta por la parte del sol. De los tendidos de esta parte hay arrancados centenares de ladrillos, abiertos grandes hoyos y aun empezado á romper algunos sillares. Por dentro han sido arrancados algunos pasamanos de escaleras, una de estas se empezó á destruir, lo mismo que los orinaderos: también parece que han sido forzadas dos ó tres puertas de departamentos interiores haciendo saltar los pestillos, y últimamente, los asientos ó bancos de las vallas que están cubiertos de cuero ó de baqueta están todos cortados á navajazos, sin duda. Hasta hay una puerta medio desquiciada, y arrancados grandes hierros empotrados en sillares”.

Cúchares volvió a Málaga en más de una ocasión, pero esas son otras corridas…

 

Salvador Valverde Gálvez es autor de las biografías taurinas dedicadas Manuel Báez Litri y a Rafael Gómez Brayley.