Siempre se ha dicho que la sociedad, y todo su contexto, acaba por influir en el mundo de los toros.
En tiempos en los que una pandemia nos ha hecho replantear todos los aspectos de nuestra vida y en los que el triunfalismo, rápido y ventajista, y la vulgaridad se iban abriendo paso cada vez con más fuerza, no iba a ser menos. Y sí, he dicho iban. No es que todo eso se haya erradicado de un plumazo —ni mucho menos— pero en medio de tanta oscuridad, del hartazgo tan notable, se ha abierto una puerta a la esperanza. Un rayo de luz para todos. La brisa ha traído de nuevo los ecos del toreo eterno.
La gente no busca ver lo acontecido en anteriores temporadas. Ahora buscan llenarse los bolsillos de los aromas del toreo clásico. Para muestra, la continua demanda de ver en los carteles a los toreros de este corte, a los del arte, sobre todo los que en los últimos tiempos han ido emergiendo. Pero ya no es solo la demanda, en la actualidad los del arte también mandan. Lo clásico nunca pasa de moda. El toreo de siempre no entra en ellas, se mantiene con la pureza que lo caracteriza. En la Malagueta lo hemos palpado.
Después de dos años, volvió a sonar el “Pan y Toros”. Esa melodía que tiende un lazo sentimental con nuestra memoria. De estos días, seguramente, no se recordarán con tanta fuerza las orejas cortadas. En los recuerdos del que ha estado presente en La Malagueta quedarán las verónicas de manos bajas y los naturales rotos de Juan Ortega. La naturalidad de Pablo Aguado. Los bellísimos naturales con el compás cerrado y la figura vertical que nos regaló Salvador Vega. La profundidad y el compendio de toda la historia del toreo en un torero de época como Morante de la Puebla.
Hay muchas formas de entender el toreo, pero una de las más bellas es, quizás, entenderlo como un sentimiento. Una filosofía. Entenderlo como algo profundo, incluso, que conlleva dolor. El toreo es aquello que va del desgarro a la inspiración, o viceversa. Sin modernidades que vistan la mentira de verdad. Hacer de lo efímero algo eterno. Ahora que vivimos esa mal llamada “nueva normalidad”, es el mejor momento para recuperar la “vieja normalidad” en la que los toreros desataban pasiones —e iras— y que tenían un sabor especial. Recuperar ese alimento para el alma que tanta falta nos hacía. Es la hora. ¡Abran paso a los del arte! Hágase el toreo.